A veces lo que falla no es el talento, si no el formato. Ojo, que el talento importa, pero diría que las ganas y el formato, más y, todavía más importante aún, el talento suelen decidirlo el resto, pero las ganas y el formato lo pones tú. ¿Y por qué digo esto? Porque yo no empecé a escribir de verdad hasta que no tuve el dónde, y el dónde fue mi móvil. Me explico. A veces las ideas bullen en la cabeza pero no encuentran salida. A veces las escribes en un cuaderno pero se quedan allí, solitas, un puñado de palabras que prometen mucho pero no se convierten en nada. A veces las desarrollas pero el texto se queda atrapado en el papel, dónde nadie más que tú puede verlo. A veces te da pereza transcribirlo en un Word, porque no sabes mecanografía, porque eres muy lent@ escribiendo, porque no encuentras un rato, porque las tareas del día a día te roban el tiempo, y las ganas, y la energía y la ilusión… Pero a veces te viene una frase potente en mitad de la noche y en vez del cuaderno agarras el móvil, y abres la aplicación del móvil y la escribes allí, como el inicio de algo prometedor. Y al día siguiente, en el trayecto en metro al trabajo, o a la universidad o a la escuela o a dónde sea, en lugar de entrar en IG o TikTok o ponerte una serie o música o una peli, entras a las notas, lees tu frase y la continúas con otra, y con otra más. Y llegas a tu destino y paras. Y en otro rato muerto vuelves a entrar y te das cuenta de que tienes un párrafo, una escena, un capítulo. De que en esa nota pasan cosas, nace gente, hay diálogos. Y lo copias en un mail y te lo envías para pasarlo a un Word. Y así cada poco tiempo. Y van pasando los días, y vas escribiendo cosas. Y leyendo lo que escribes. En el metro, en la consulta del médico, mientras esperas a la pareja, en la cola de la taquilla o del súper, y vas tejiendo otro punto más de la bufanda, que cada vez es más larga, más rica, más compleja. Y de repente ¡tachán! Tienes un libro entre las manos, quién te lo había decir, a ti, que siempre querías pero nunca podías. A ti, a la que le daba pereza cargar con el portátil y transcribir lo del cuaderno, y sentarte varias horas en casa a escribir delante de una enorme pantalla en blanco. Tan solo necesitabas hacerlo pequeño, cortarlo en trocitos, empezar poco a poco, tirar del hilo y desenredar la madeja a tu ritmo, trayecto a trayecto, paso a paso. Ese fue mi descubrimiento, mi manzana en la cabeza, mi bombilla encendida. Una pantalla en el bolsillo, en la que dar rienda suelta a lo que bullía en la cabeza. Mi secreto tonto. Lo que me cambio la vida. Te lo regalo. A ver si a ti también te ayuda a empezar. Mucha suerte.